miércoles, 25 de julio de 2012

La mujer de papel


                       "Alguien se cagó en mi casa. Me busqué un kalashnikov."

La mujer de papel es la lectura por la que he abandonado todas las demás lecturas en este caluroso julio malagueño. La mujer de papel es la nueva novela de Rabih Alameddine, escritor libanés nacionalizado estadounidense, autor del Contador de Historias.

La Mujer de Papel es, por encima de todo, la historia de una vida en clave literaria. Una vida vivida a través de una doble ficción: la de todas y cada una de las novelas alguna vez leídas o traducidas por la protagonista; y la de la vida retransmitida -¿libros, biografías?- de sus autores o autoras. Es por esto que no me ha molestado la traducción del título, “La mujer de papel”, a partir del original An Unnecessary Woman, al contrario, me ha parecido cortesía de la traductora, Gema Rovira, pues Aaliya se me aparece así, de papel escrito, tan frágil y tan preñada de significado a la vez.

Antes de seguir, me veo en el deber de aclarar que es este un libro para amantes y vivientes de la literatura. Sin ningún ánimo de elitismo trasnochado, tan solo deseo evitar malentendidos: para disfrutar de esta novela no solo te tiene que gustar leer, sino también los libros y los escritores, y pactar con la ficción como manera de pasar muchos, muchos ratos de tu vida.

¿Que por qué tanto revuelo con este libro? Para empezar: soy una esteta del papel. Me explico: me encanta el libro electrónico, soy una “integrada”; pero, cuando veo una edición bonita, cuidada, colorista, que huele a Beirut y a biblioteca casera, no me contengo… dejo tirados (¡literalmente!) a un Murakami y a un Philip Roth de bolsillo, y me lanzo a devorar mi nueva adquisición.

Para seguir: este libro cuenta la historia de una mujer libanesa, una beirutí con todas las trazas de la potencia y la tragedia de ese Oriente Medio mítico para mí. Beirut es una ciudad que me fascina desde hace años, aunque no he puesto un pie allí (o quizá precisamente por eso). Las radiografías de Aaliya a su ciudad no están hiperdocumentadas: son emocionales y significativas, recogen la mitología de su pasado fenicio, el drama de sus guerras civiles, su confusión posmoderna. Y todo ello sin apenas datos, con recorridos, calles, barrios, edificios y apartamentos... La indispensable geografía humana completa el relato de esta "marginada patológica" : un ayudante palestino reconvertido en poderoso miliciano; una madre nada maternal enferma de Alzheimer; unas vecinas, las Brujas, que son como las especias en el Mediterráneo Oriental, estridentes e imprescindibles; una gran amiga, la única amiga, tacto humano imborrable.

Tercera  virtud (la primera desde el punto de vista narratológico): el narrador tiene tanta entidad, una voz tan propia, que de verdad crees que quien cuenta la historia es una mujer. El gran logro de esta narradora protagonista es, precisamente, un relato no femenil. Un relato sencillamente humano.

Hacia el final de la novela, el ritmo se ralentiza. Las digresiones, necesarias y pedagógicas (esta mujer es más eficaz que cualquier canon literario), se hacen complejas y ponen a prueba la paciencia del lector. Paciencia, queridos (como diría la propia Aaliya), pues los días son lentos cuando se acerca la muerte -el cambio de ritmo es plenamente coherente con el momento vital de la protagonista-, y las especias se añaden siempre hacia los desenlaces de las recetas, para apreciar mejor su sabor.

Hay muchos aspectos de la novela que me gustaría resaltar, como por ejemplo, lo irresoluto (y terapeútico) del sistema de traducción de Aaliya o su pasión por los grandes inadaptados y suicidas de la literatura (casi) universal; pero entonces esto dejaría de ser una reseña, para pasar a ser una traducción de una traducción, y no queremos "que se pierda el doble".

Por tanto y en suma, leed, queridos, no os arrepentiréis.






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