sábado, 26 de octubre de 2013

Zweig y las píldoras azules

¿Dónde convergen una novela tradicional de un escritor austríaco de la primera mitad del siglo XX y una novela gráfica publicada por un artista suizo en los primeros años del XXI?

En este compas otoñal de lecturas dispares han caído en mis manos La Impaciencia del Corazón, de Stefan Zweig, y Píldoras Azules, de Frederik Peeters. Volviendo a la pregunta de inicio, la respuesta sería: en el concepto de compasión y cómo en la moral tradicional se lo ha unido indisolublemente a nuestra capacidad de amar, en definitiva, de ser humanos.

La novela de Zweig llevaba por título, anota la editorial Acantilado, La piedad peligrosa, que como veis habla por sí solo. Joven teniente del ejército traba amistad con la hija parapléjica de un noble húngaro, ella se va enamorando en la misma medida que él se va cubriendo de gloria mesiánica por ser tan bueno con la pobre "tullida". Os reseño a continuación lo que de técnico me ha llamado la atención de la novela:
  •  Modernidad, experimentalidad... limitada. 
  • Técnica narrativa, tan líneal como impecable.
  • Profundidad psicológica (topicazo al hablar de este autor en todos los sitios consultados), abrumadora en ocasiones: en algunos párrafos la identificación con el protagonista resulta verdaderamente catártica; abrumadora más bien constantemente: te saltarías páginas enteras porque conoces ya al muchacho como a tí mismo.
La impaciencia del corazón nos coloca frente a frente con lo que podríamos llamar compasión mal entendida: "salvar" a otro ser humano de sí mismo, de sus circunstancias, regodearse en la autocomplacencia de ser tan bueno con alguien para luego... El mensaje no deja de ser una moraleja, nacida de un conflicto moral e individual de cierto interés, pero con demasiados roces místicos y pocas aristas: cuidado con el amor por pena, con pena, sin gloria, que resuelve la pretendida bondad: la descompone y la aniquila por piezas.

Del Imperio Astrohúngaro de en torno al 14 a Ginebra en el cambio de milenio. La obra de Peeters nos transporta a otro código narrativo: el fluir de las imágenes, los planos abstractos al comienzo de cada secuencia, trazos que pueden ser células o soles... viñetas de astros celulares. Bello.

Sutileza en lo metafórico y un lenguaje preciso, sin ampulosidad, ajustado a lo que de verdad quiere decirse. Así nos cuenta el autor la historia de amor entre un joven dibujante y una madre soltera seropositiva. Su relación con la muchacha y su hijo de tres años, también portador del VIH, nos hace temblar de ternura. El protagonista valdea sus miedos, sus dudas a cerca del componente de compasión en su relación con valentía. El álbum recorre las hazañas cotidianas de una pequeña familia y nos transmite cómo es una relación en términos "desiguales" (o "discordantes" , como les insinúan a los personajes al comienzo de la narración): no esconde sus complejidades. Hay miedo: al contagio, al equilibrio en su relación con el crío, a que la identidad de enferma de la persona amada pese más que todo lo demás.

Pero, y podría decirse que la diferencia entre las dos historias radica en la época pero me inclino más a pensar que es cuestión de las personas, en ésta no hay pena. Miedo hemos dicho, dudas, rabia, pero no la compasión clásica y pringosa.

La historia nos sorprende porque convierte un statu quo trágico en una intensa aventura vital y a la  mitad enferma de la pareja en objeto de constantes dosis de admiración.

Os recomiendo ambas obras, según el tiempo y la disponibilidad para la lectura. El de Zweig es un novelón, con lo bueno y lo malo de lo decimonónico, y el álbum de Peeters lo recomiendo como arte gráfica (como inexperta pero entusiasta del género), como historia... y como amor.