martes, 24 de septiembre de 2013

Septiembre

Durante años, los días de este mes que debería contar entero dentro del verano haga el tiempo que haga, se nombraban con una palabra que vale para una calle, pero para todo un mes... es demasiado, incluso para una cántabra reticente a no preferir la niebla viva donde viva. La palabra, la melancolía, lleva un tiempo desaparecida. Se ha diluido en la suave inacción de los días, en el convencimiento tozudo de que la vida puede ser más vida cuando la miras y la ves, y paladeas las horas como si fueran creación tuya, y te perteneciesen, y las hubieras cocinado el día anterior y dejado macerar para sorprenderte con su aroma al día siguiente. Puede ser más, cuando los despertares son alivio y el cansancio no termina de tornarse amargo porque nunca me apuran el frío o el llanto, porque estáis ahí, no os habéis ido a ningún sitio, no sois un espejismo tras los párpados cerrados. Es más con la luz que ciega los ojos mañaneros y abre arruguitas en las sienes que pasan del llanto a la sonrisa muda que más retumba, que se eschucha en todo el interior de mi cuerpo, que me hace estremecer de insólita alegría a pesar de los madrugones. Y la tarde: la calma del que no quiere estarse quieto. O sí quiere, pero sabe que es mil veces mejor perseguir por el salón a quienes se ama. Las noches y las madrugadas, plácidas en sus idas y venidas, anuncian otros desvelos que vendrán, pero aún no. No este Septiembre.

Vista con unos ojos que quieren ser míos, pero no lo son. Diminutos espejos, reflectores del universo tal y como quisiéramos contenerlo.

Experimentada a través de una piel que es pura continuación de la mía, pues aún no hay una frontera clara entre ambas.
La vida es más vida.