martes, 31 de julio de 2012

Mala Vida

Señor Gallardón, es difícil decirle algo más de todo lo que ya le han dicho. Voces autorizadas, madres de hijos discapacitados, muchos de ellos con un grado de dependencia total; vidas, todas ellas, truncadas.
Mujeres de toda condición, profesión y extracción social, le han reprochado ya su falta de sentido común y su insolencia. Se trata de una reclamación de género porque no queda más remedio. Las mujeres reclamamos una opción para lo que puede convertirse en una esclavitud biológica.
Yo no puedo decirle mucho más. Yo no puedo imaginar el sufrimiento de tantas y tantas familias. Yo no puedo impostar una visión de esta vida padeciendo espina bífida o un autismo profundo.
No voy a repetirme sobre la hipocresía, la doble moral, el hecho de que cualquier mujer de su entorno podría acudir a una clínica abortista de renombre en el extranjero.
No voy a recurrir al argumento recurrente (y la redundancia, evidentemente, vale) de la no equiparación al resto de legislaciones europeas.
Yo soy sólo una voz más de mujer. Pero esta voz le pregunta:

¿Quién coño es usted para obligar a dar vida?
¿Quién es usted para obligar a dar mala vida?
¿Acaso sabe usted -y otros como usted- mejor que los demás, qué significa "vivir"?
Pues tenga cuidado con las cortinas de humo, porque cuando un día, nos causen ceguera permanente, será demasiado tarde.


Perder teorías

Perder teorías es una obrita breve (con pedantería lo llamaríamos opúsculo o libellus, en su sentido original latino) del escritor barcelonés Enrique Vila-Matas. 
No entraré a valorar la novelística de este autor, porque no la conozco todavía, así de simple. Pero estoy un poco harta de leer eso de "una de las voces más personales de nuestra literatura actual", así que tengo pendientes por lo menos Bartleby y compañía (seguro que tiene que ver con Bartleby, el escribiente de mi adorado Melville) y Dublinesca (porque me encantan Dublín y Joyce a partes iguales).
Volvemos al "librillo" que nos ocupa. Lo incluyo entre mis reseñas porque me ha resultado sorprendente e instructivo, y creo que puede resultárselo a otros, especialmente a los aficionados a la teoría literaría (en singular, lo mismo da).
Se trata de lo siguiente: un escritor (trasunto del propio Vila-Matas) llega a Lyon como ponente invitado a unos encuentros internacionales sobre la novela. A su llegada sin embargo, ningún miembro de la organización se pone en contacto con él, así que nuestro hombre se encierra en su hotel, a esperar.
Hasta aquí la acción. A partir de aquí, la inacción. Y su fruto "teórico". Durante su espera, el escritor bosqueja una teoría general de la novela del futuro, aunque deja claro que sus premisas se cumplirán tan sólo en su próxima novela (que habría de ser la mencionada Dublinesca). 
Mientras leía, no pude evitar establecer un paralelismo muy particular. Se me ocurría que este libro es la obra teórica de un escritor que no quiere ser crítico; así como Crítica y Verdad (otro opúsculo tremendamente instructivo), es la condensación teórica de un crítico que no quiso ser escritor, el señor Roland Barthes (que escribía mucho mejor que otros muchos llamados "escritores" con sus bombazos editoriales). Bueno, esto son cosas mías.
Diversos aspectos de esta teoría son, a mi modo de ver, destacables. Comenzaré por reseñar los elementos "irrenunciables, imprescindibles" de la novela del futuro:
La "intertextualidad"
Las conexiones con la alta poesía.
La escritura vista como un reloj que avanza.
La victoria del estilo sobre la trama.
La conciencia de un paisaje moral ruinoso.
Recorremos estos cinco elementos y nos encontramos de acuerdo con todos ellos. La "intertextualidad" no sólo es necesaria, sino inevitable. Cada "intentona" (porque a veces son empujes primarios) que hago por escribir está vertebrada por cada lectura que alguna vez hice. El autor nos recuerda el método Sterne y nos descubre a Julian Gracq, y la espera clarividente de sus relatos.
De gran intensidad me resultaron las conexiones con Rimbaud y ese "Todo esto ha pasado". ¿Será verdad, en fin, que ya todo había pasado y que después de la Segunda Guerra Mundial ya no quedó nada por narrar?
¿Qué queda cuando todo lo que ocurre es tan absoluto? La nada.
Y así nos presenta el escritor a "La Espera" como modus vivendi, pues es verdad, siempre estamos esperando algo, siempre somos ese "siguiente" por llamar. ¿Habrá manera de escaparse de la espera? El escritor lo intenta, levantando acta de la misma en forma de teoría de la novela y citando a Pessoa, pues escribir es perder teorías, así como viajar es "perder países", en vez de ganarlos, pues quedan ya fuera de nuestra espera. Quedan hechos. Pierdes modelos, ganas huellas únicas de la vivencia.
Perder teorías es una buena manera de pasar un rato lector y aprender perspectivas, descubrir autores. Es también un espaldarazo emocional para las "intentonas" prácticas de escritura -perdiendo teorías-, pues como dice el trasunto esperante de Vila-Matas:

"... uno no empieza por tener algo de lo que escribir y entonces escribe sobre ello, sino que es el proceso de escribir propiamente dicho el que permite al autor descubrir lo que quiere decir."
Qué alivio.

viernes, 27 de julio de 2012

Un verano fatal

Llega el mediodía a una urbanización de clase media, en clave de verdes y colores tierra, donde cada problema es latente y toda suerte es exigida.
Tres familias con suerte -exigida- pasan su afortunado tiempo junto a la piscina.
Dos muchachos de edad pareja - probablemente unidos por algún parentesco, pero eso ya es mucho adivinar-, se hacen una puñeta constante -constante- bajo una sombrilla importada de un folleto de viajes al Caribe.
Muchacho Uno comienza:
    - ¡Déjame, déjame! ¡No quiero morir antes de mi cumple!
Muchacho Dos espeta:
    - ¿Cuándo es?
Muchacho Uno:
    - El cuatro de Agosto.
Sonrisa maliciosa del Muchacho Dos por toda respuesta.

La lectora testigo levanta su mirada de Perder Teorías de Vila-Matas y piensa, acojonada, "¿Quién dice que aquí no pasa nada?", "Microrrelata la maldad, si puedes", y a continuación aparece "Un verano fatal". 
Sonrisa maliciosa de la Lectora Dos por toda respuesta.

miércoles, 25 de julio de 2012

La mujer de papel


                       "Alguien se cagó en mi casa. Me busqué un kalashnikov."

La mujer de papel es la lectura por la que he abandonado todas las demás lecturas en este caluroso julio malagueño. La mujer de papel es la nueva novela de Rabih Alameddine, escritor libanés nacionalizado estadounidense, autor del Contador de Historias.

La Mujer de Papel es, por encima de todo, la historia de una vida en clave literaria. Una vida vivida a través de una doble ficción: la de todas y cada una de las novelas alguna vez leídas o traducidas por la protagonista; y la de la vida retransmitida -¿libros, biografías?- de sus autores o autoras. Es por esto que no me ha molestado la traducción del título, “La mujer de papel”, a partir del original An Unnecessary Woman, al contrario, me ha parecido cortesía de la traductora, Gema Rovira, pues Aaliya se me aparece así, de papel escrito, tan frágil y tan preñada de significado a la vez.

Antes de seguir, me veo en el deber de aclarar que es este un libro para amantes y vivientes de la literatura. Sin ningún ánimo de elitismo trasnochado, tan solo deseo evitar malentendidos: para disfrutar de esta novela no solo te tiene que gustar leer, sino también los libros y los escritores, y pactar con la ficción como manera de pasar muchos, muchos ratos de tu vida.

¿Que por qué tanto revuelo con este libro? Para empezar: soy una esteta del papel. Me explico: me encanta el libro electrónico, soy una “integrada”; pero, cuando veo una edición bonita, cuidada, colorista, que huele a Beirut y a biblioteca casera, no me contengo… dejo tirados (¡literalmente!) a un Murakami y a un Philip Roth de bolsillo, y me lanzo a devorar mi nueva adquisición.

Para seguir: este libro cuenta la historia de una mujer libanesa, una beirutí con todas las trazas de la potencia y la tragedia de ese Oriente Medio mítico para mí. Beirut es una ciudad que me fascina desde hace años, aunque no he puesto un pie allí (o quizá precisamente por eso). Las radiografías de Aaliya a su ciudad no están hiperdocumentadas: son emocionales y significativas, recogen la mitología de su pasado fenicio, el drama de sus guerras civiles, su confusión posmoderna. Y todo ello sin apenas datos, con recorridos, calles, barrios, edificios y apartamentos... La indispensable geografía humana completa el relato de esta "marginada patológica" : un ayudante palestino reconvertido en poderoso miliciano; una madre nada maternal enferma de Alzheimer; unas vecinas, las Brujas, que son como las especias en el Mediterráneo Oriental, estridentes e imprescindibles; una gran amiga, la única amiga, tacto humano imborrable.

Tercera  virtud (la primera desde el punto de vista narratológico): el narrador tiene tanta entidad, una voz tan propia, que de verdad crees que quien cuenta la historia es una mujer. El gran logro de esta narradora protagonista es, precisamente, un relato no femenil. Un relato sencillamente humano.

Hacia el final de la novela, el ritmo se ralentiza. Las digresiones, necesarias y pedagógicas (esta mujer es más eficaz que cualquier canon literario), se hacen complejas y ponen a prueba la paciencia del lector. Paciencia, queridos (como diría la propia Aaliya), pues los días son lentos cuando se acerca la muerte -el cambio de ritmo es plenamente coherente con el momento vital de la protagonista-, y las especias se añaden siempre hacia los desenlaces de las recetas, para apreciar mejor su sabor.

Hay muchos aspectos de la novela que me gustaría resaltar, como por ejemplo, lo irresoluto (y terapeútico) del sistema de traducción de Aaliya o su pasión por los grandes inadaptados y suicidas de la literatura (casi) universal; pero entonces esto dejaría de ser una reseña, para pasar a ser una traducción de una traducción, y no queremos "que se pierda el doble".

Por tanto y en suma, leed, queridos, no os arrepentiréis.






miércoles, 11 de julio de 2012

El Cabreo, el Apocalipsis y la Comedia

Dicen que son malos tiempos. Malos tiempos para la lírica... y la dramática, la narrativa, la estética. Por aquello de que los presupuestos culturales se reducen. Pues la verdad es que no estoy de acuerdo. Creo que son sólo malos tiempos para la ética, y con matices, dadas las explosiones de solidaridad entre iguales y la potencia de los tejidos familiares y afectivos, que posibilitan la supervivencia de muchos seres humanos en el momento en que escribo estas líneas. Pero no va de eso la entrada.

Lo cierto es que en tiempos de crisis, es decir, de cambio, la creatividad se aguza y da gusto ver fluir las ideas de la gente que las tiene. Así que sí, estos son malos tiempos, pero, en mi modesta opinión, lo son porque, dadas las circunstancias, nos reconcomemos por un incesante Enfado. Porque da igual lo dulce que sea la vida, lo gorda que sea la borrachera, lo grande que sea el éxito, lo límpida que sea el agua, lo tangible que sea el amor. Da igual. Por que siempre vuelve, siempre llega, con ese atragantamiento de palabras pérfidas. El Cabreo. Nada más encender la tele. ¿Cómo se explica, tantas personas hablando sin decir nada? ¿Cómo se explica el "tanto camino por recorrer"? ¿Qué camino, señor presidente? ¿Veis? Os lo dije... Cabreo, puro y simple. Cabreo.

Pero no queja, ¿eh? Yo no me quejo, yo me cabreo. Y luego me descabreo porque estoy absolutamente convencida de que esta gentucilla no merece ni un centímetro cúbico de mi bilis. Así que, si enciendes la tele (y tú te lo has buscao... porque encender la tele es buscarse el Cabreo), sintoniza Paramount Comedy, o mejor, busca en Internet el sublime monólogo de Ignatius sobre un sublimado Apocalipsis. Porque, coincido con este "loco" tinerfeño en que "¡se aseeeeerca el apocalipsis, ouuuuu, yeah, all right!", pero extraigo de su monólogo algo fundamental: no nos olvidemos de la música y las carcajadas, porque si no estaremos perdidos. Y sucribo, con todo mi entusiasmo, que al fin y al cabo "¡Habrá Comedia!". Y ojo, porque en el episodio de hoy de la sit com del parlamento, nos suben el I.V.A.

Os dejo con la obertura 1812 de Tchaikovsky. Que tengáis un día lleno de risas y música.


viernes, 6 de julio de 2012

La transformación o el amor (de un 17 de Junio)

¿Por qué ahora? ¿Por qué ahora y no antes? Y sobre todo, ¿por qué no después?
Después de la tarde más calurosa de esta primavera en la que todo pensamiento es espejismo y todo espejismo se diluye en el último trayecto que habré de realizar... por ahora.
¿Por qué no callar ahora y hacer valer el silencio hasta el momento en que hablar de este amor sea preciso?
Uno de los mejores títulos para un libro de poemas me estaquea en el dilema: La destrucción o el amor.
Pero ahora que ya pasó el rayo y me partió los huesos -¡cuánta Rayuela!-, me siento con fuerzas para escamotear el dilema.
Amo, me desvivo, pero no me aniquilo.
Y ... exhalo ... ahora, cuando más calor hace y peor se respira pienso,
en todo lo mejor que me has hecho, y en todos tus ojos, haciéndose enormes cuando encuentras mi mirada para empequeñecer después, de pura risa, con las chorradas que te digo.
Y pienso en lo grandecitos que somos juntos. Ahora.
Y pienso,
 que quizá el amor es solo transformarse y transformar al otro.
Con destellos quebrantahuesos, sí,
a ratos,
pero sobre todo y por encima de todo,
dulce cambio eterno en el instante.


jueves, 5 de julio de 2012

La bicicleta estática

O cómo reventarte de esfuerzo sin avanzar un metro. Con esta sencilla -y, a mi entender, acertada- metáfora, definía un profesor de economía la situación actual de nuestro país desde el descalabro bancario del pasado junio.
Las medidas concretas que toma el gobierno afectan a la economía real: a la liquidez cotidiana de las pequeñas y medianas empresas -por tanto, al tejido productivo- y al poder adquisitivo de los ciudadanos -por tanto, al consumo-.
 Sin embargo, todos esos pedales (y el sudor, los calambres en las piernas, la mala hostia...) no tienen el menor impacto macroeconómico. El asfalto no se mueve bajo las ruedas, ni cambia de textura. Mientras, la economía del país no "crece" y el galimatías europeísta hace crecer la diferencia entre nuestro bono y el bono alemán (¿alguien podría explicarme cómo se subasta la deuda? ¿es como en Sotheby's o algo así? ¿por qué no lo retransmiten? Podría ser divertido...).
Y poco más, ¿verdad? Salvo las pequeñas alegrías del individuo: una eurocopa, un chiringuito, un escalofrío cuando el mar helado se cuela entre los dedos, el silencio entre el filo de una ladera y el último sorbo rojo de sol cada tarde... y menos mal.
Pero sin engañarnos: persiste la duda (... y menos mal) de cómo se sale de este agujero y se reinventa el modelo de vivir y consumir. No sé si será reventando, lo que sí sé es que yo quiero verlo.