Es precisamente lo contrario de los días sin escribir. Precisa y ajustadamente. Los días que no escribo pienso que está bien, que no pasa nada, que vivo más tiempo. En busca de las palabras más reales, me pierdo en expediciones de análisis de un mundo que no comprendo, rastreo una cierta solidez a mi alrededor, me conformo quizá con esa sólida certeza que parece que yace siempre en palabras de otro.
Me conformo quizá. O quizá los tallos no florecen porque estamos en enero.
Al final del texto imaginado, hacia el final de la melodía de los metales, cambio de opinión. Lo mejor, mejor que estas palabras y sus muchas o pocas lecturas, más allá de un suelo y unas pisadas que nunca serán del todo concluyentes, es poder tomarme del vientre y, simplemente, sentir. Nunca el cielo se abrirá lo suficiente, tanto, tan infinito e inagotable, como yo lo abro con mis manos ahora.
Resulta éste más un Happy New Fear que otra cosa, porque en este "últimamente" que lleva tres años sin cambiar, los comienzos parecen ser momentos de terror en vez de oportunidades. Qué miedo da ver que cuando las luces se apagan y los demás vuelven al trabajo, tú te quedas inmóvil, a punto de dar el siguiente paso pero el lado oscuro te agarra la pierna derecha y te fija al suelo... y tú tiras, y tiras de la pierna, y pones cara de estreñido, y te convences de tu esfuerzo, y se lo dices a los demás: "Oye, mira, que yo lo intento, que yo sigo tirando, que créeme, que no te miento..."
Por primera vez -lo digo y hasta me lo creo- no estoy hablando de mí. Hablo de millones de nombres que nunca conoceré, que se despiertan cada día sin trabajo y sin motivaciones, que tiran de según que pierna les toque para levantarse y "hacer algo" cada día. Miles de entre esos millones jugándosela con la exclusión. Otros muchos se la juegan, "simplemente" (qué fácil), con la tristeza.
Digo que no hablo de mí. Yo poco puedo decirles, salvo que hay cierta trilogía (sin precuelas, por favor) que cuenta que al lado oscuro solo lo vence la Fuerza. Digo que no hablo de mí porque yo soy afortunada, a mí me está naciendo una Fuerza que ha liberado mis dos piernas y me hace sobrevolar cualquier yermo, pero soy consciente de que no todo el mundo tiene la misma suerte, así que mi deseo de año nuevo para todas aquellas personas que lo están pasando mal es que la Fuerza les acompañe, cualquiera que sea.
Hay un especial destinatario de este mensaje -él lo sabrá cuando lo lea- para quien el deseo es aún más fuerte si cabe.
P.S: Y resulta que barruntando todo esto y echando vistazos y mientras rebusco fuentes bibliográficas y saco adelante mi advanced English como buenamente, me he encontrado con esta pieza de Love of Lesbian, "Orden de deshaucio en Mi menor", que no está "allí donde solíamos gritar", pero no deja de ser un grito... De fondo se escucha parte de este fragmento de una entrevista al gran Nabokov (que copio y pego a continuación) y me he dicho: "esto es un rescate por arte". Feliz Año Nuevo.
No sé por qué me gustan tanto los espejos y los espejismos. Sé que a
los diez años me apasionaban los trucos de magia. La magia a domicilio
con sus instrumentos: el sombrero de doble fondo, la varita con la
estrella, el juego de cartas que entre los dedos se metamorfosea en
cabeza de cerdo. Sí,sí. Todo eso te llegaba en una gran caja de los
almacenes Peto, calle de la caravana, cerca del Circo Cíniselli, en San
Petersburgo. Dentro venía un manual de magia que enseñaba cómo hacer
desaparecer o cambiar una moneda entre los dedos. Yo intentaba hacer
esos trucos delante de un espejo, tal como aconsejaba el manual: "Ponte
delante de un espejo". Y mi carita, pálida y seria, reflejada en el
espejo, me aburría... Me ponía un antifaz negro que me daba mejor cara;
pero nunca llegaba a igualar al famoso mago Mister Merlín , a quien
solían invitar a las fiestas infantiles y de quien yo intentaba en vano
imitar el parloteo, frívolo y engañoso, que mi manual quería que yo
recitara para eclipsar mis juegos de manos. Parloteo frívolo y engañoso:
he aquí una definición engañosa y frívola de mis obras literarias...
Pero esos estudios de escamoteo no duraron mucho. "Trágico" es un
término muy fuerte, pero hay algo trágico en el incidente que me hizo
abandonar esa pasión, relegar la caja al cuarto trastero con los
juguetes difuntos y los títeres rotos. Una tarde de Pascua, en la última
fiesta infantil del año, no pude evitar mirar por la ranura de una
puerta para ver cómo iban los preparativos que hacía el señor Merlín
para su número de salón. Le vi que entreabría un secreter para meter
tranquilamente, abiertamente, una flor de papel. Y la familiaridad de
aquel gesto era innoble comparada con el hechizo de su arte. Yo entendía
de ello, sabía qué ocultaba el frac ajado de un mago, y qué pueden
hacer los magos. Ese vínculo profesional, vínculo de mala fe, me llevó a
revelar a una primita mía, Mara Jevuska, en qué escondrijo hallaría la
rosa que Merlín escamotearía en uno de sus trucos. En el momento
crítico, la pequeña traidora, blanca y de pelo negro, señaló con el dedo
el secreter, gritando: "¡Mi primo ha visto dónde la ha metido!" Yo era
muy joven, pero ya distinguía o creí distinguir la expresión atroz que
contrajo las facciones del pobre mago. Cuento este incidente para
satisfacer a mis críticos perspicaces que declaran que en mis novelas el
espejo y el drama andan muy lejos. Porque debo añadir: cuando abrieron
el cajón que los niños señalaban entre burlas... la flor no
estaba.
Fragmento entrevista al escritor Vladimir Nabokov autor de
"Lolita" por Bernat Pivot en junio de 1975.