Había poca luz en la cocina, la verdad. No había suficiente luz para
llevar a cabo tareas que requieren precisión milimétrica, y sin embargo,
ahí estaba ella, erguida y poderosa, con el cuchillo que había venido
de regalo con la edición dominical del periódico. No estaba segura de
poder terminar la colección. Aun así seguía enfrascada en su misión.
Sonó el timbre y se sobresaltó. Fue a ver quién era, extrañada: nadie
llama al timbre de estos bloques residenciales en domingo, a no ser que
sea familiar o amigo, visitas más o menos deseadas. Al otro lado, la
imagen convexa de una mujer embarazada vestida de verde ocupaba toda la
mirilla. Parecía nerviosa, movía el cuerpo con el balanceo de punta a
talón, y miraba de arriba abajo esperando respuesta de la maldita
puerta. Maldita puerta. Abrió sigilosa y saludó: "Hola, ¿querías algo?",
"Perdona", le dijo, sorprendida, atónita incluso, "he debido de
confundirme, eh... no es aquí, disculpa, eh, no, yo... no quería
molestarte". La voz entrecortada y el nerviosismo acentuado, sus ojos se
movían en todas direcciones salvo en la que llevaba a los ojos de su
interlocutora. "Hay que ver....¡no pasa nada, mujer!, pareces agobiada,
¿no quieres pasar y tomar un vasito de agua o de zumo? Te sentará
bien..." "No, no, no, ni hablar... ya te he entretenido bastante. Tengo
que irme". Esto último sonó contundente. Desapareció tras el cortafuegos
y esperó el ascensor.
En fin, ahí estaba el encuentro extraño del día. Aún sin entender muy
bien lo que había pasado, volvió a la mal iluminada cocina (día nublado,
¿cuándo se iba a acordar de llamar al electricista?) y siguió con lo
suyo. La cebolla estaba ya completamente pelada, sólo quedaba elegir
cómo cortarla. Mientras pasaba sus dedos por la capa exterior, pensaba
en los ojos temerosos de la muchacha. "¿Por qué estaría tan asustada?",
pensó. Comenzó a cortar la cebolla en tiras, manejaba el cuchillo con
firmeza y ternura a un mismo tiempo, como si hubiera nacido para ello.
"¡Claro!", se dijo, "¡el cuchillo! ¡pero qué estúpida soy! ¡la pobre
chica habrá pensado que soy una loca con tendencias homicidas! Hay que
ver... ¿a quién se le ocurre salir a abrir la puerta con un cuchillo
japonés en la mano?" Eso había sido, el cuchillo.
Un grito ahogado produjo, de repente, un apagón a su alrededor. La
cocina desapareció tras sus ojos cerrados. La sangre salía a borbotones
del dedo índice de su mano izquierda, tanto, que empapó su camisón verde
con una enorme mancha roja, en forma de uve. Salió corriendo hacia el
baño, metió el dedo debajo del grifo. Intentaba apretárselo con fuerza,
pero la hemorragia no paraba. Buscó por todo el armario algo para
desinfectar la herida. Sin éxito. El suelo lleno de cajas de
medicamentos. Se agachó y cogió como pudo los algodones y el
esparadrapo. El corte era profundo, no pintaba bien. Empezó a ponerse
nerviosa, trató de calmarse. Respira hondo, respira. De pronto, sintió
un agudo pinchazo en el vientre. No, no hay que tener ciertos accidentes
en el octavo mes de embarazo. Hay que ver...
Los vecinos de detrás del cortafuegos no estaban. Malditas puertas.
Malditos bloques residenciales. La ambulancia tardó en llegar hasta
allí. Llaman al timbre. Al otro lado, la imagen cóncava de una mujer
embarazada vestida de verde ocupaba toda la mirilla.