miércoles, 11 de enero de 2012

Por y para el Público

En ocasiones he desconfiado del oficio del periodista. Este hecho me resulta cuando menos curioso, pues el oficio del escritor es bastante menos confiable y sin embargo, está notablemente mejor valorado, remunerado y registrado por historia y sociedad. La palabra del escritor es la palabra del prestigio. Bien es cierto que depende -y mucho- del escritor.

A pesar de seguir con fascinación el trabajo que se hace en corresponsalías y conflictos, siempre me ha parecido que el periodista lleva pegada en la chepa, cual muñeco de inocente, la lacra del sensacionalismo y la manipulación. La imagen difusa del abanico entre el sufrido reportero de sucesos y el tiburón sigiloso de las altas esferas. Ni que decir tiene que el escudo nietzscheano viene que ni pintado: no existen hechos, sólo interpretaciones, y aquí cada cual interpreta al sol que más le calienta.

Desde que conocí la noticia de que sacaban el diario Público a concurso de acreedores (y utilizo el verbo "sacar" muy, muy de propósito), en primer lugar, no pude evitar el juego de palabras y el paralelismo con nuestra situación como sociedad: la subasta de lo público y del perseguido bien común; y en segundo lugar, he renovado voto de confianza con el periodismo y sus profesionales, me he creído sus diez razones y su compromiso con un discurso coherente e independiente.

Quisiera relativizar el adjetivo "independiente", y contextualizar que se trata de un diario comercial y no de un portal de contra-información como La Haine o Rebelión. Cada zapatero está a sus zapatos, cada persona que junta palabras movida por un afán sincero merece mi respeto, y cada medio es y será juzgado por sus contemporáneos.

Es por todo esto por lo que me comprometo a comprar el diario Público en papel más a menudo, y a seguir consultándolo y compartiéndolo en todos los medios sociales en los que tengo un sitio. Y a esperar que pase el chaparrón.




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