miércoles, 16 de noviembre de 2011

Oviedo de blog

Los viajes son quizá la mejor prueba de que la felicidad de las personas es efímera y está en movimiento. La semana pasada hice un viaje por carretera a Oviedo, y fue un viaje absolutamente "de blog", de querer retratar casi cada instante, quiero decir.
Se trata de una ciudad de la que me separaban diez años y un montón de vidas. Una ciudad en la que se abrieron muchas puertas, alguna que otra herida; se entró en salas desconocidas. Las horas de la noche y del día en muchas ocasiones fueron las mismas, o incluso duraban más de las que eran. En esta ciudad inicié el camino que sólo podemos hacer solos, el camino de tus elecciones.Y en esta ciudad se produjo también un encuentro fundamental en mi vida, aunque claro, yo entonces eso no lo sabía.
Y digo que fue un viaje de blog, porque todas las sensaciones pedían a gritos ser escritas. ¿Quién no ha pasado alguna vez por una calle, transitada hace mucho tiempo, y ha tenido la sensación de que el tiempo se había detenido? ¿Y quién no ha tenido ganas de parar al primer desconocido y decirle: "¡Pero si está todo igual! ¡Igual!"?  Es fantástico recrearse en esa ilusión de que un lugar deja de girar cuando tú te vas, para volver y encontrarlo "igual".
Hubo un rincón en especial donde quisimos comprobar el no-paso del tiempo, donde buscar a lo Proust que se desatara la memoria. Ese lugar había cambiado. Había portones mecanizados en los puntos de acceso. Había nuevas edificaciones, el Naranco se veía un poco menos. No obstante, y una vez dentro, estaba el mismo prado oblicuo, el de los paseos "peligrosos"; estaba la misma ventana desde la que a los 21 años se quería ver todo el planeta; el primer piso con ventanal donde hicimos un primer truco de magia. También rendimos homenaje a una gran casa mítica: hogar, biblioteca, observatorio de lluvia. Ahora está algo abandonada, sobre todo está bastante sola, pero nunca se sabe quien está por llegar.
Pasó la noche, entre sidras y risas, y al día siguiente, salía en segunda de Oviedo, con un extraordinario sentimiento de gozo, después de una perfecta reconquista. Podía haber cambiado la ciudad, podíamos nosotros haber dado mil y una vueltas sobre nuestro propio eje, pero el pasado miércoles, Oviedo volvió a ser nuestra.
Poco después, el coche serpenteaba, libre ya de tráfico, con más nubes y pastos en el retrovisor y esperando encontrarse con los Picos de Europa detrás de la siguiente curva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario