domingo, 9 de septiembre de 2012

Sefarad

Pocas veces he tenido una sensación más intensa de viaje y aprendizaje que al terminar mi lectura de Sefarad, de Antonio Muñoz Molina. Como digo, la sensación es tan intensa que me ha costado mucho sentarme a escribir sobre ella. Tanto que aún tengo ganas de levantarme de la silla, abandonar la reseña y salir corriendo a hacer algo "normal", por temor a que el texto no haga justicia a mi visión de la novela.

En primer lugar, he de decir que Sefarad es literatura de la buena -no es que lo diga yo, la novela se publicó en 2001 y ha tenido una recepción excelente de público y crítica. Se trata de una obra compleja en lo estructural y simple en lo esencial, de textos desbordantes de sensibilidad sin sensiblería, duros sin ser corrosivos. Es literatura de esa que hace afición, de la de los párrafos para enmarcar (pues tiene bastantes de este tipo).

Quisiera poder resumir argumentos, condensar mis consideraciones sobre el estilo o la maestría en el manejo de las personas gramaticales para hacer avanzar la diégesis a través de los datos, la apelación, la confesión íntima. No sé si puedo. Lo que sí creo que puedo afirmar como lectora es que Muñoz Molina consigue lo que la Literatura como arte persigue: tocar, por medio del conocimiento y la emoción, lo más profundo del alma humana. Una esencia que es poliédrica, múltiple y se alimenta precisamente de multiplicidades: de historias propias de otros tiempos (una persona vive varias vidas) e historias ajenas, de cualquier tiempo. Quizá sean palabras mayores, pero lo cierto es que la lectura de esta novela me ha tocado el alma. En ocasiones me la ha acariciado y apretujado, pero supongo que eso depende del estado anímico de cada uno en el momento de la lectura, incluso de su propia trayectoria o de su historia familiar.

El extenso recorrido por los exilios y persecuciones resultado de dos derivas totalitarias de opuesto signo ideológico -nazismo y stalinismo-, nos sacude con la épica de nombres conocidos y personajes anónimos. Todos ellos con un denominador común: la angustia de verse arrancados de su casa, de su lugar, de su seguridad cotidiana. Uno de los grandes aciertos de la diégesis (no creo que pueda hablarse de un narrador, las voces y sus características son múltiples) es la búsqueda constante de la empatía y solidaridad del lector, el horizonte presente explícitamente en el relato. El "podrías ser tú" podría no funcionar por demasiado obvio, pero, cómo no podría hacerlo: a través de viajes en tren, del deseo de viaje, de curvas que evocan tu infancia -en el fantástico "Valdemún"-, de ese frío perenne de una habitación de hotel en Moscú en la que el matrimonio Neumann espera una inminente detención, quién no teme ese frío pertinaz en la piernas que no te deja dormir, quién no teme la inminencia de que te arrebaten a la persona que más quieres y tu libertad. El podrías ser tú no deja de funcionar.

Sefarad me deja, pues, bien alimentadas, dos conciencias: la conciencia del viaje y la del aprendizaje.

La conciencia del viaje: a través del motivo del viaje en tren, del viaje como filón literario A veces, en el curso de un viaje, se escuchan y se cuentan historias de viajes, el viaje como salvación, como el niño Isaac Salama y su padre, desde Budapest hasta Tánger, huyendo del holocausto con un salvoconducto de nacionalidad española por su origen sefardí proporcionado por el ángel de Budapest (el diplomático español Ángel Sanz Briz); como para el funcionario de la ciudad de provincias, huyendo de la hostilidad de su vida cotidiana, de su mitad conformista y acomodada. El viaje como realización del deseo, la frontera, Gmünd para Kafka y Milena Jesenska. El viaje como  destierro, la distancia como tortura, en Siberia, Ravensbrück o Auschwitz. El viaje como escenas cinematográficas, las envidiadas, de Copenhague, Tánger, Moscú, Nueva York.

La conciencia del aprendizaje: qué era el NKVD y el indefinido Gulag, quiénes eran Münzenberg,  Eugenia Ginzburg, Margaret Neumann o la mencionada Milena, lo pequeño que resultaba Stalin en persona. Seguir el reguero del antisemitismo, la afrenta histórica de la expulsión de Sefarad (España para la tradición hebrea) en 1492,  los éxodos, desde la judería de Úbeda hasta Amberes o El Tigre. Descubrir que las mismas regiones geográficas sirvieron de refugio a los judíos en su eterna huída y a antiguos jerarcas de las SS quince o veinte años después (Berghof). Cómo era Chueca cuando yo era muy pequeña. Las promesas de futuras lecturas fundamentales: Primo Levy, Jean Améry.

En fin: dejo aquí Sefarad, como promesa futura, para todos aquellos que no la hayan leido: tenéis suerte de poder comenzarla por primera vez. Sentiréis la verdad de poder ser el siguiente perseguido, como Joseph K., y por ello os darán ganas de saltar al primer tren e iros muy lejos para retorcer y estrujar cada intante de vuestra vida. Una lectura inolvidable.


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