jueves, 2 de agosto de 2012

Conspiradores y antisemitas


Digamos que el tema de esta entrada no está de rabiosa actualidad, ni en lo referente a la novela a la que me voy a referir, ni en lo tocante a los temas y asuntos a los que nos traslada... ¿o quizás sí? Vosotros juzgareis. 
He finalizado la lectura de El Cementerio de Praga, de Umberto Eco; sí, bastantes meses después de que fuera tildada de best seller por críticos y editores. Lo cierto es que el Eco literario vende, mucho más que el Eco semiótico o el teórico de la literatura. Y después de El Nombre de la Rosa la verdad es que no sé muy bien por qué... (lo habéis adivinado, prefiero su obra ensayística y teórica, que me resulta fundamental).
El Cementerio nos traslada al convulso siglo XIX en Europa, una Europa en formación, hecha de retales nacionalistas y reliquias del Antiguo Régimen, abriéndose camino hacia su brillante futuro cimentado en el racionalismo y el progreso... Un fraude. Eso resultó ser el brillante futuro de Europa: un callejón sin salida en el que la gran mayoría de la población quedó acorralada por pulsiones genocidas y fanatismos revestidos de justificaciones intelectuales. Un cul-de-sac maloliente, como en el que se sitúa la guarida de Simonini, nuestro protagonista. Un fraude, como la vida y milagros del citado protagonista. (Por cierto, uno de los grandes aciertos literarios de Eco en esta novela es el travelling inicial por las calles de París, hasta posarnos la mirada por encima del hombro de un Simonini disociado y escondido en su agujero).
Durante, aproximadamente, las primeras 80 páginas del libro, pensé que el autor me estaba vacilando, que me estaba engañando con el título, porque yo no veía el Cementerio de Praga por ningún lado, tan solo las andanzas de un misántropo reprimido y ególatra que vendía sus servicios como falsificador al mejor postor en el transcurso de la revolución de Garibaldi y la formación de lo que hoy conocemos como Italia. 
Pero no, había mucho más. Y hemos de agradecerle a Eco su tesón y erudición a la hora de trabar una ficción histórica tan compleja, aunque el resultado sea una novela demasiado académica en su estructura y un ritmo narrativo ralentizado a veces en exceso por la hiperdocumentación de los acontecimientos de la historia. 
De la mano del capitán Simonini (que ni capitán, ni ná) recorremos, como os digo,  la revolución de los Carbonarios, pero también la Francia del Segundo Imperio, la guerra franco-prusiana y el convulso final de siglo con los días de la Comuna y el caso Dreyfus, un proceso judicial por traición a un militar de origen judío (el citado Dreyfus), que dejó al descubierto el profundo antisemitismo y ultraderechismo que latía en ciertos sectores de la sociedad francesa.
Ya os he puesto en antecedentes sobre los acontecimientos extradiegéticos (o sea, reales), pero no voy a desvelar nada de la trama, o la fábula...o cómo se cuela el Cementerio de Praga en todo esto y qué significa. Solo os diré que nuestro misántropo rezuma bilis y mala leche (si no, no sería un misántropo y tendría menos gracia) hacia todos sus semejantes, pero con especial virulencia hacia las mujeres, los jesuitas y, muy particularmente, hacia los judíos. Se trata de un cabronazo gris y mediocre, que no se yergue con la brillantez que hace memorables a los grandes villanos (este es otro acierto de Eco).
Comencé a leer la novela gracias a una torpe reseña que rezaba así: "el autor coquetea con el antisemitismo..." Afirmar tal cosa equivale a no conocer la diferencia entre autor y narrador (el narrador es una entidad perteneciente a la ficción narrativa, no puede identificarse en ningún caso con el autor real), y al caer en esa trampa bien podríamos decir que el tripón de Simonini y su obsesión por el buen yantar son el reflejo de la barriga de bon vivant del propio Eco, con todos mis respetos (o por lo menos, la que tenía en Granada, la última vez que lo vi en vivo, en 2008). Esto último es más probable incluso que las acusaciones de antisemitismo...
Sin duda alguna el interrogante de calidad que nos deja la novela es: ¿los grandes odios raciales que llevaron al Holocausto y a la aniquilación de todo valor humano durante la segunda guerra mundial se gestaron, mejor, se construyeron, a partir de documentos falsificados y de la manipulación de la opinión pública por parte de un sector de la "inteligencia" y los servicios de espionaje de las principales potencias europeas?
Y si es así, este constructo cultural que es el antisemitismo, ¿ha provocado como reacción inversa -a partir de 1948- el ultranacionalismo israelí y el comportamiento paranoico de ciertos sectores sionistas, que ahora pagan con creces los ciudadanos palestinos en Gaza y Cisjordania?...
¿Estamos solos? Me atrevo a bromear, por distender mi propio estado de ánimo mientras escribo estas líneas,  pero lo cierto es que el tema no tiene ni puñetera gracia.

Amigos lectores, para todos los fans de la novela histórica, El Cementerio de Praga es ineludible; para los que preferís narrativa con menos obviedades, o tengáis menos paciencia, os va a costar más terminarla, pero puede merecer mucho la pena. Todo es cuestión de prioridades.



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