viernes, 16 de noviembre de 2012

Un año de blog

A finales del pasado mes de octubre se cumplió un año de esta aventura que llamé De Manchas Solares y Lunares; a las primeras les dediqué título porque representan el máximo de luz, y porque son inalcanzables: el acercarse a ellas nos arrasaría de tal forma que no quedaría huella alguna de nosotros. Es un homenaje, supongo, a ese deseo incandescente de abarcar todo el universo. Un deseo que puede moverte más allá, a querer siempre más, a aprender mucho más, a ver, viajar, sentir, vivir mucho más... pero que si no se domina puede provocar quemaduras graves, especialmente en la retina, que te impiden ver lo que tienes más cerca: las cosas grandes, buenas, jugosas y luminosas que tienes cerca.
A los segundos, los lunares, los incluí en parte por el juego de descubrir manchas también en la luna, en el satélite de los colores fríos, que siempre fueron los míos. Pero por debajo y al poco tiempo, surgieron los lunares, en masculino, en homenaje a esas pequeñas manchitas, nada siderales, en todo corpóreas, que tenemos en la piel. Son a veces diminutas, cuanto más pequeñas suelen aportar más belleza. Y a veces pasan desapercibidas, a no ser que estén junto a la boca, cielito lindo. Hay muchos lunares escondidos, que van surgiendo con el sol, y algunos no te los puedes ver más que con un espejo, o aún mejor, solo si te los señala otra persona.
Así que, comenzamos otro otoño de aventura, con el propósito de no abandonarla, y las ganas de explorar más historias pequeñitas que le vayan saliendo en la piel al mundo.


 


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