jueves, 30 de julio de 2015

La fórmula preferida del profesor

Cuando le regalan a uno una edición tan bonita como ésta de la editorial Funambulista y además, con dedicatoria, es deber prioritario del verano leerlo. Reseñarlo ya es otra historia, hemos tardado un poco pero aquí vamos.
La fórmula preferida del profesor es una historia seca, que se convierte en una novela encantadora. Lo que me llama la atención de los narradores nipones que conozco es la sequedad en el contar lo cotidiano, que provoca que las líneas líricas brillen aún más y que la metáfora sea más rara y escogida.
Esta historia se aparece, intangible, como un manga pausado de tintes dramáticos -para los que nos gusta la animación japonesa es inevitable esta representación mental-, y nos presenta a una madre soltera, empleada de hogar, y a su hijo de diez años, cuya vida da un giro al entrar al servicio de un anciano profesor de matemáticas.
La vida de la narradora protagonista muestra aspectos que obviamente no tienen magia ni gracia ninguna, pero Yoko Ogawa nos los cuenta con una concreción que se agradece, con una verdad que, como digo, puede parecer seca, pero es auténtica, pues se despega del pringoso manierismo verbal del que pecan muchas veces  escritores de nuestros contornos.
Así, de dentro de una, en principio oscura, casa de jardín, surge la figura de un señor destartalado, mermado como ser social, pero con un universo hiperluminoso por compartir. La puerta a ese universo la abre de forma definitiva el pequeño Root, con su bella coronilla chata.
Hay un personaje fantástico en este pequeño gran libro. Un personaje colectivo aunque incorpóreo: los números. Nunca pensé que una historia me invitara a jugar con ellos durante una tarde completa, a mí que tanto miedo les tengo, y me hiciera buscar los límites de mi pobre ingenio matemático. Ha sido una experiencia deliciosa, que además se puede compartir con otros, como yo hice con mi padre, y que les pique el gusanillo de las cuentas y la lectura.
En resumidas cuentas, una lectura sin edad ni fronteras que desconcierta, eso sí, un tanto a los no iniciados al béisbol, pero que merece unas cuantas fracciones de vuestro tiempo libre estival.




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