martes, 26 de noviembre de 2013

Once semanas en las que aprendimos y sentimos muchas cosas (Traducción)

Al hilo de lo ocurrido en Madrid estas últimas semanas con la huelga de recogida de basuras, del impresentable oportunismo de la "Ley de Seguridad Ciudadana" y del requerimiento de reforma de la Ley de Huelga por parte de la "alcaldesa inexplicable", os dejo la traducción del testimonio personal de Elefthería Varouchaki, huelguista participante en el paro de once semanas del personal administrativo de las universidades griegas.

Este es el enlace a Enthemata, donde se publicó el texto el pasado 24 de Noviembre:


Y ésta es la traducción del texto, he intentado ser lo más fiel posible al texto original y pido perdón de antemano por los errores que haya podido cometer:

"Once semanas en las que aprendimos y sentimos muchas cosas"
La huelga de personal administrativo de las universidades
 por Elefthería Varuchaki

Al pincipio sólo dijimos aquello de: por lo menos, no nos vamos a ir con la cabeza gacha. Y de repente, en mitad de la muda indignación de nuestra primera asamblea, presentimos que la cuestión iba mucho mas allá de nuestro posicionamiento personal, nuestra suerte o nuestros miedos. Sentimos el ataque de forma tan violenta, que casi nos vimos obligados a ver el peligro en toda su dimensión, a vislumbrar la silueta de una amenaza que no apuntaba sólo a la vida de cada uno de nosotros. Nos dimos cuenta rápidamente de la relación, desde los primeros días hablamos sobre nuestros puestos de trabajo proyectando la cuestión en el contexto de la universidad pública, y al revés, hablamos sobre la universidad pública con el pretexto del derecho de todos a un puesto de trabajo. Tentando continuamente los límites de nuestro aguante, proponiendo una y otra vez preguntas de difícil respuesta, reorientando dichas respuestas: así hemos llegado hasta aquí. Y cada día era un día ganado.

En estas once semanas hemos sentido y aprendido muchas cosas. Hemos construido colectividades originales y acogedoras, donde cada cual encontraba su sitio y donde había sitio para todos. Hemos vivido, después de muchos años, nuestro lugar de trabajo de otra manera: justo cuando pensábamos, horrorizados, cómo debe ser recoger tus cosas por última vez, volvimos para "habitar" de verdad ese espacio, nos refugiamos en él, lo protegimos, y él también nos protegió. Hemos vivido el espacio público de manera diferente, hemos ido a concentraciones sabiendo que nuestros amigos estarían allí, hemos escuchado música y versos mientras la ciudad dormía, hemos llenado con nuestra voz avenidas que en otro tiempo transitamos en silencio, con prisa, ensimismados.

La huelga nos ha hecho entender que hay muchos como nosotros, ha despertado sensibilidades dormidas, nos ha enseñado a estar alerta: a mantener alerta las ideas y los sentimientos. Sufrimos con intensidad el duelo por aquel que fue asesinado en mitad de la noche, por el que encontró la muerte en una comisaría o en un centro de internamiento de extranjeros. Celebramos cada victoria, nos enfurecimos con cada ataque, seguimos obstinados tras cada derrota. Compartimos nuestra alma con personas que acabábamos de conocer porque sentíamos que estábamos juntos, sentimos la solidaridad, el cariño auténtico por el día a día de nuestros vecinos -y de los otros, que ya no nos son extranjeros.

Aprendimos a tomar decisiones todos juntos, no en nombre de una unanimidad prefabricada o de una certeza artificial, y por supuesto, no sin esfuerzo. Recordamos el valor de la participación: a nuestra pequeña escala, hemos respirado la Democracia Real, y es tan fascinante como suena.

Nos querían disponibles, desechables, perseguidos, anulados. Invisibles. Alimentan el automatismo social, buscan empapar de fascismo las conciencias. Pero ahora sabemos que tenemos compañeros en todas partes. En las escuelas, en las calles, en la metalúrgica Larco, entre los despedidos de Sprider y los huelguistas de Coca-Cola, en los hospitales, en Skaramagká, en las universidades. En el Alfeo, en Skuriés. En la televisión pública (ERT) de nuestros corazones*.

Resistimos todos juntos, frente a aquellos que tratan de atacar con fuego a discreción cada bien público, que tratan de borrar las últimas huellas del estado del bienestar, que quieren imponernos el olvido de lo que es justo y de sentido común, que desprecian descaradamente las instituciones y las conquistas sociales. Han querido calumniarnos y difamarnos. Y nosotros hemos aprendido que es factible oponerse a un poder que se atreve a sostenerse -y de hecho sólo se sostiene- sobre un consentimiento ficticio. Han seguido el guión ya conocido de despotismo, intimidación y violencia, intentando dispersarnos y aislarnos. En vez de eso, nos han conducido sin querer a encontrar puntos en común, a diseñar nuevas alianzas, a destacar y disfrutar los nuevos lazos de unión que con tanto orgullo y emoción hemos descubierto estas últimas semanas. Han intentado transformar nuestras reivindicaciones -razonables, por otro lado- en durísimos dilemas personales, pensando que al final recurriríamos a la seguridad de las soluciones individuales.

Les respondemos que la obediencia, la falta de entusiasmo, el silencio, no son caminos de un solo sentido. Que nuestros sueños de futuro no se han paralizado en nuestras mentes. Y que nosotros, desde el principio, no hablamos en nombre del interés de cada uno. Hablamos en nombre del interés general, porque todos necesitamos una victoria. La primera.

Elefthería Varouchaki pertenece al PAS de la facultad de Arquitectura de la EMP (Universidad Politécnica de Atenas).

* N. del T. : En este párrafo, la autora se refiere a diversos focos de lucha laboral y ciudadana en Grecia. La naviera Skaramagká, la región del río Alfeo, en el Peloponeso, gravemente contaminado por los vertidos de un vertedero ilegal; Skouriés, en la península Calcídica, donde los ciudadanos luchan contra la tala ilegal y la extracción irregular de oro en la zona.




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