domingo, 21 de octubre de 2012

Sat down and cried

Un buen día y sin venir a cuento, el humano tuvo la muy previsible impresión de que no sería capaz de engañar a la escritura predeterminada de los dispositivos de espejo negro, pues en su subrayado leía la impotencia de quien se sabe adivinado en la siguiente palabra. El humano entonces se sintió tan pequeño en sus opciones y tuvo tanto miedo de equivocarse, que prefirió dejarse llevar en la vida y en el discurso, abandonándose a la sabiduría monstruosa e impenitente de la tecla enter, que elegía, con la callada arrogancia de los confiados poderosos, la palabra adecuada, el acento preciso en la vocal exacta, sin dudar entre diptongos e hiatos, sin revisar la caída de la frase en la ironía.
Fue entonces cuando el gran Engranaje tomó el control de todo lo nunca escrito y se dejaron de ver nuevas palabras. Y todas las palabras que empezaban por "re" se convertían en "renunciar", y no había pretéritos imperfectos ni condicionales, así que casi nadie expresaba deseos ni hipótesis imposibles, que son siempre las mejores. Y ya no había errores propios, sólo frases mal hechas. Y no había libertad de expresión, porque, sencillamente, no había expresión.
Fue entonces cuando de verdad el mundo pareció demasiado grande y múltiple, y farragoso e inabarcable, y hasta feo. Entonces, y no hubo necesidad de ir a Gran Central, bajé al parque de al lado de mi casa, me senté y lloré.
Mucho rato después, con el cambio de luz a crepúsculo que recuerda que todo es temporal, y pensando que, quizás, el subrayado menos previsible de todos es ahora un final feliz, subí a casa, cogí papel y boli, saludé al muchacho de la gabardina que son todos los autores -hayan escrito o no- que me han hecho comprender algo en la vida, y me senté a escribir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario