viernes, 18 de mayo de 2012

Miasma

La cobardía se nutre de alquitrán. En la estación, una mujer deforme cojea entre los andenes. Miramos el reloj. Nos devora nuestro propio tiempo. Crítica silenciosa, mirada escrutadora; no nos podemos liberar. Prejuicios, guardianes de nuestra desconfianza.

La mujer devora las sobras de un menú de comida rápida sobre el maldito banco irregular.

No deberían existir bancos de hierro para sentarse. No deberían dividir el asiento en láminas agudas que piafan inversamente la tierra de nuestras nalgas y muslos.

Las patatas congeladas entran, ávidas, en la boca de la mujer.

Nos sobresaltamos cuando pasa con su mochila raída junto a nosotros.

Deposita las sobras de las sobras en el contenedor.

Dos muchachas atadas por auriculares observan la deformidad de su pierna izquierda. Ojo morboso y boca entreabierta para empezar a hablar."¿Le has visto la pierna? ¡Qué asco, tía!".

Nosotros nos doblamos de asco ante la humanidad, pero seguimos con la mirada ambas piernas con zapatos sucios. La derecha, enhiesta, firme, testigo de años de salud. La izquierda que se arrastra a su lado, metida hacia dentro y protuberante poco más arriba, roja la piel de espanto.

Acto seguido, cogemos nuestro cuaderno blanco, en un recomenzar de frases inconexas.


1 comentario:

  1. Está descrito a la perfección. Cuando lo he leido por primera vez me he reido, y luego me he sentido mal. Pero es cierto esa es la primera reacción de la mayor parte de la gente.¿Sera normal?.¿Hemos llegado a tal grado de superficialidad?.¿Oh,simplemente ante esa visión nos comportámos como cuando eramos niños?

    ResponderEliminar