lunes, 4 de marzo de 2013

El Anticipo

No puedes recordar.  Hay algo que te impide comenzar a escribir recordando, dejándote a la melancolía y a las palabras fáciles, como si ambas juntas fueran la peor de tus afecciones, como si siempre hubieras estado enfermo de melancolía y simpleza.

Asume, en primer lugar, que no puedes escribir como la música que escuchas.  Las palabras nunca serán edificios de la nada y pura percepción. Tus palabras ocupan espacio, pesan, incordian, rara vez, por no decir nunca, son inocentes, ya que siempre, siempre tienen un efecto más prolongado que su sonido. Son memoria. A la vez, sin embargo, pueden ser tan fútiles. No por tus torpes desmentidos, poco tienen que ver, pues son también y de nuevo ilusoriamente verbales. No es tanto eso, como que parece que tus palabras se quedan sin resuello antes de llegar a lo que realmente quieren decir. Resuello, qué bonita palabra dices, porque te invita a metáforas, te suena a aire de cuchillo entrándote por la garganta cuando intentas volver a hablar de Ella. Compleción, qué asco de palabra, no lo dices pero lo piensas, porque no tiene imagen posible en ti desde que la perdiste, a Ella, no la palabra ni la imagen, sino que la perdiste a Ella.

Sea como fuere. Busca afuera. Siempre te quejas de que vives algo así como en las afueras de una Los Ángeles desvaída, con los mismos paseos marítimos decadentes, las mismas tiendas que ofrecen poco o nada llenas de gente, las mismas corrientes de rostros curtidos por el  sol y piernas anglosajonas blanquecinas, deseosas de atención, de anhelo, de deseo de algo nuevo. Puede que tengas razón, puede que estés en una California sin Pacífico, donde el mar –y el mal- se levanta siempre en calma y no se estila la muerte violenta, sino más bien el deterioro languideciente de miles de elefantes que agotan sus pensiones en la siempre pretendida calidad de vida mediterránea. Dime si eso no es violento. Hay una cierta violencia en poder elegir dónde morir. Supongo que lo comprendí la primera vez que escuché en una radio anglosajona de la costa el anuncio de una empresa de servicios funerarios y de repatriación. Para que cuando llegue el momento, ni usted ni su familia tengan que preocuparse por nada. Los suyos recibirán su cadáver en su domicilio por el módico precio reflejado en el contrato. Bam, bam. No oyes los disparos, los dramas de los elefantes, la muerte soleada. Eso tampoco te inspira. Lástima.

Puedes mirar más allá del paisaje urbano y humano, puedes crearte personajes fantásticos: sus estados de espera, sus vacilaciones… hasta su no hacer nada con nadie. Eso sería pura fantasía. Hoy no hay relato donde alguien haga nada con nadie, donde alguien espere, o dude. O se dé la vuelta tras haber cambiado de opinión. Hoy no se hace eso. Hazlo tú. No, no te sale. Bueno, pues sinceramente, no sé qué más quieres que diga.

A estas alturas, y a las anteriores, a las de hace un año, contando con todo lo que te pasó, no concibo tu inacción. Si no puedes escribir, no escribas. Haz otra cosa con tu vida. Vete al extranjero. Vive algún paquete de experiencias de los que son imprescindibles según alguna biblia hipster de mierda. 

Lamentablemente, solo tú conoces las maneras. Si no puedes revivir nada de aquello, si no puedes empezar a ponerle ni una línea a aquel desgarro de la realidad, a aquel desmontaje de la vida tal y cómo la conocías, a esa eterna querencia de su regreso, a esa anulación del tiempo y del espacio hasta que vuelvas a tocarla, lo entiendo. Cómo se atreve uno a volver a sentir el pecho tan pétreo, y en él, una angustia tan furiosa que parece que vayas a perderte por fin, una desintegración aguda de lo que alguna vez pudo significar ser feliz. 

En fin, Ella no está y vivir es como correr bajo el agua.

Estaré donde siempre. Si te decides a mostrarme algo de detrás de lo ingrávido, una página, página y media, te la pagaré como si fueras a escribirme la mayor de las novelas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario