lunes, 18 de febrero de 2013

Cultura neutra

Se ha calificado la gala de los premios Goya celebrada ayer como "muy reivindicativa", donde premiados y presentadores exhibieron un "lenguaje muy crítico" contra la política de recortes del actual gobierno. No ví la ceremonia completa, pero sí escuché el discurso de agradecimiento de Candela Peña: muy crítico desde lo más personal, un discurso dolorido. También la introducción a no sé qué premio de Corbacho, directamente dirigido al invitado Wert, sin paliativos, al 21%.

El discurso del presidente de la academia fue más neutro, como considero que corresponde a su papel institucional, e hizo hincapié en la necesidad de no abandonar el cine, la cultura en general, a su suerte en tiempos de crisis. Suyo es también el manido titular de hoy por la mañana "el cine no es ni de los del bigote, ni de los de la ceja, ni de la barba". Así, o parafraseado.

Si bien es cierto que el cine, como el arte, no debería seguir consignas ni dogmas, de partido, ni de ningún otro tipo, mi opinión es que es difícil, y no sé por qué tendría que ser deseable, que ningún mensaje artístico sea ideológicamente neutro.

Porque si los poemas, las novelas, los grandes murales, las obras de teatro o las películas fueran asépticas, inocuas, neutras, no estarían contando absolutamente nada de quien las produce, ni tampoco de quien eventualmente pudiera recibirlas.

La ideología que transmite el arte depende en gran manera del sentir de su creador, pero también de sus circunstancias. En estos momentos, más allá de decir que el cine no es de derechas ni de izquierdas, por encontrarnos no ya en la época del "fin de los grandes relatos", sino en la época en la que los "grandes relatos" ideológicos están siendo pisoteados por sus propios abanderados, de uno y otro bando, nos queda reivindicar un cine, un arte, humanos.

La ideología que siempre ha transmitido el arte -menos en contextos de censura y propaganda burda- ha sido siempre puramente humana. Las formas varían, los signos varían, pero, en esencia se trata de contar cómo somos, cómo nos inventamos, qué podemos imaginar, qué podemos llegar a vivir, qué nos pueden obligar a hacer, cuáles son nuestras zonas más brillantes y más oscuras, incluso cómo nos gustaría que pudiéramos llegar a ser. En definitiva, el arte está hecho de humanidad, y la humanidad es de todo menos neutra.

Hace más o menos diez días asisití a la que, de momento, ha sido la experiencia teatral más completa e intensa de mi vida: la representación de Un trozo invisible de este mundo escrita por Juan Diego Botto, en el teatro Cänovas de Málaga. Estos últimos días he estado pensando en si escribir una reseña sobre la representación, pero no me venían las palabras. Pensé que quizá, cómo siempre me pasa, tendría que dejar pasar bastantes días para que el poso emocional llegara al fondo y así poder escribir sobre ello... el caso es que al ocurrir esta entrada no puedo no mencionarlo.

Es tal la pluralidad de sentimientos, las posibilidades de sentir que te da este texto y su versión espectacular, que corro el riesgo, como siempre, de perderme en océanos de palabras. Intentaré no hacerlo, pues se lo debo al texto de Botto, donde cada frase es ajustada a su significado, donde el humor es fino y bueno, donde la rabia aflora sólo cuando tiene que aflorar. Se lo debo a cada movimiento y presencia de los dos actores, a cómo destierran el buenismo y la impostura que muchas veces acompañan a los discursos "sociales" sobre inmigración, a cómo se comprometen con la sinceridad de cada historia. 

Esta experiencia, que tiene todo lo que se le puede pedir al gran teatro: la fuerza ritual, verbal, visual, es de todo menos ideológicamente neutra. Y por supuesto que se acerca más a un "bando" que al otro, pero eso son las personas que componemos los "bandos" los que tenemos que decidirlo. Allá cada cuál. El autor nos está diciendo, más o menos, digo yo: "Eh, mirad, ¿por qué cojones nos cuesta tanto ser humanos, a veces?"

Al final de la representación, entre ovación y ovación, Juan Diego Botto recoge en una frase de Lorca la misma reivindicación -en el fondo- que se hacía ayer en los Goya, parafraseándola dice que un pueblo que no cuida su teatro, es un pueblo que está moribundo... Cuán diferente es la forma de pedirlo. Con Lorca se puede seguir pidiendo dinero en definitiva, pero además se pide arte desde el arte.

Y otra cosa básica que se debe pedir desde un verdadero discurso humanista y artístico reivindicativo: atención. Porque con todo lo que está pasando, con los retrocesos tan brutales en los servicios públicos esenciales y la merma de inversión en educación, cultura, ciencia e innovación, lo que estamos es creando una sociedad tan poco igualitaria como peligrosa. Ya estamos en una sociedad muy desigual pero, ¿qué pasaría si las desigualdades fueran tan bestias que no pudiéramos reconocernos en casi nadie?


En fin, que está bien que se diga y se rediga, aunque sea desde las lentejuelas y que la gente que está en la puta calle (y ojo, según en qué calle, claro) se queje de que es muy fácil ser reivindicativo cuando se es famoso, que es verdad. Está bien que se digan las cosas, pues si el ministro es un toro bravo, que le echen capote aquellos que pueden encontrarse, ocasionalmente, en las mismas plazas que él. Los demás, seguiremos consumiendo cultura -pirata y no, seamos realistas-, y que siempre nos quede algo de dinero para ir a ver una obra como Un trozo invisible de este mundo, porque merece la pena pagar porque nos recuerden así que sí, que podemos realmente ser humanos.

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